Les Bons Homes


A partir del XII comienzan a aparecer herejes en las zonas donde antes habían surgido y habían sido eliminados. En 1144, en Colonia, Alemania, es detenida una secta que se presentaba a modo de Iglesia jerarquizada, el mismo año en Lieja, Bélgica, aparece otro grupo de características similares. Estas apariciones irán acompañadas de ejecuciones en la hoguera.

En 1145 San Bernardo habla de los tejedores arios en la zona de Tolosa y Albi, Francia, a la que viaja para combatir las predicaciones heréticas por orden del Papa Eugenio III. Los de Colonia afirmaron que su Iglesia había estado oculta en países orientales, y un texto del Inquisidor Anselmo de Alejandría explica que su origen es Bulgaria, donde la religión extendida es el bogomilismo, herejía dualista, según la doctrina maniquea de los dos principios supremos enfrentados: el bien y el mal. La ósmosis que se produce entre Oriente y Occidente con las cruzadas, y el tráfico fluvial de las aguas del Danubio y Rhin hacen que aparezcan los grupos heréticos en lugares de los actuales países Bajos y el norte de Francia. Pero no será en estos lugares donde cuaje, sino que desde que aparece, hasta 1165, el movimiento irá a confluir a la zona que se le presentó más permisiva, que fue la de Occitania.

Durante estos años la iglesia estudia estos movimientos, y se los define con términos como arios, maniqueos y el término griego cátaro (puro). Se comienzan a realizar concilios que discuten el tema: el primero es en Reims en 1148, el segundo en 1157; luego otro en Tours en 1163, en el que se describen los síntomas de esta nueva herejía. Pero es en 1167 cuando el catarismo se constituye en un verdadero peligro para la Iglesia Romana, y el lugar es Saint-Felix de Caramon, donde se constituir  la Iglesia Cátara.

Este acontecimiento es conocido por un documento encontrado en el siglo XVII por Guillaume Besse, de cuya autenticidad se ha dudado. Los hechos son que en el mes de Mayo de 1167, en el castillo de Saint-Felix de Caramon, el pope oriental Nicetas da el consolament, es decir, el bautismo de los cátaros o albigenses, a una gran multitud de gentes de la zona occitana. Se ordenaron seis obispos y se constituyeron comisiones para delimitar los territorios de las diócesis de Albi, Tolosa, Carcasona y Agen. El catarismo se organiza ahora como Iglesia, dejando claramente fijado su dogma, en el cual se da la oposición entre dos principios en igualdad de fuerzas: Dios, que creó el universo, y Satanás, que creó la tierra.

Papa Inocencio III
Así es como la Iglesia cátara tomará fuerza en el Mediodía francés, ya que los obispos de Tolosa, Albi y Carcasona no se ven obligados a intervenir. Por tanto en este ambiente permisivo se concentran los seguidores cátaros que en el norte de Francia se estaban viendo perseguidos. El clero meridional no era tan activo como el del norte, y hasta el Papa Inocencio III los acusa de pasividad y de solo buscar beneficios. La razón no es que los prelados fuesen más inactivos que en otras zonas, pero quizá  sí insuficientes para la amplitud de las diócesis, donde quedaban lugares del ámbito rural de los que se encargaban curas mediocres que no podían luchar contra las predicaciones cátaras, las cuales encontraron acogida entre la gente. En el norte la interacción entre los eclesiásticos, el poder secular y el propio pueblo no les permitió proliferar.

¿A que razón puede atenerse el surgimiento de esta corriente disidente con respecto a la institución eclesiástica ya existente?. Las razones son mayoritariamente de tipo social. El clero del siglo XII no era muy eficaz cuando dirigía sus predicaciones al pueblo, que parece que entendía mucho mejor a los predicadores ermitaños. Según Labal, el clero veía en la vida laica la perdición, y solo la vida religiosa era digna de salvación. El clero veía además en la mujer la fuente de todo pecado y perdición. También se mostraba disconforme con la vida urbana que comenzaba a renacer: el auge del comercio podía ser un peligro para la explotación de los excedentes mediante el sistema económico feudal. Era por lo tanto difícil alcanzar la salvación para los laicos. Algunos medios eran las cruzadas, o la buena muerte, pero esto no estaba al alcance de todos, por lo que había inquietud al respecto.

Por el contrario, los cátaros llevan una vida austera y predican en la lengua del pueblo. También desdeñan al mundo, como los clérigos, pero proponen explicaciones satisfactorias para la gente. La administración del consolament a la hora de la muerte limpiaba de toda impureza. La mujer consolada era igual de pura que el hombre. Sus predicaciones no tenían nada de escandaloso, por lo que podían calar en cualquier cristiano. Todo esto los convertía en un oponente de la Iglesia, ya que venían a llenar algunos huecos dejados por esta. La Iglesia exigía diezmos, en competencia con las exacciones de los señores, los cuales, en el medio día poseían señoríos colectivos de los que se repartían los beneficios. Estos señores vivían en los castrum, en contacto con el pueblo, y pasan a ver con mejores ojos a esta nueva iglesia que no cobra diezmos y que predica en la ciudad y trabaja para subsistir. Incluso las damas de la aristocracia encontraban su lugar entre estos herejes. Los herejes se ganan por tanto a las casas aristocráticas del Mediodía: los Trencavel, del vizcondado de Carcasona, Albi y Beziers, las damas del condado de Foix, e incluso Raimundo VI, conde de Tolosa, se muestra tolerante con ellos.

Los cátaros, que se denominaban a s¡ mismos Buenos Hombres o Buenos/as Cristianos/as, tenían casas de predicación en las calles de los burgos, donde la gente podía ver y escuchar a los perfectos, que eran los predicadores cátaros. Allí vivían, vestidos de negro, sin comer carne y practicando la castidad, y además esas casas eran sus talleres de trabajo, escuelas, hospicios... Estaban organizados en obispados, como ya hemos explicado, presididos por el obispo y sus ayudantes: un Hijo Mayor y un Hijo Menor. Cuando moría el obispo le sucedía el Hijo Mayor, cuya posición era ahora ocupada por el Hijo Menor, y al puesto de este accedería un nuevo personaje. Los obispados eran independientes, y se encargaban de nombrar diáconos que administraban en las casas religiosas una penitencia colectiva. Leían sobre todo el Nuevo Testamento, en lengua occitana, y lo contraponían al Antiguo: el Dios Bueno no pudo crear este mundo, sino Lucifer. Los hombres eran  ángeles caídos que tenían que liberarse de este mundo. Cristo sería el enviado de Dios para indicar el camino de salvación. No reconocían la naturaleza física de este, ni veneraban la cruz, que para ellos era un instrumento de suplicio. La vía de salvación era el rechazo a la violencia, la mentira... el único sacramento que consideraban fundado en el antiguo testamento era el de la imposición de manos, y rezaban el Padrenuestro y compartían el pan en memoria de Cristo, pero no consideraban que allí se encarnara.

La imposición de manos (consolament) era a su vez bautismo, penitencia, ordenación y extremaunción. Para la ordenación tenía que ser en principio administrado por un obispo, pero para los enfermos y para el perdón de los pecados lo podían ejercer incluso las Buenas Mujeres. No aceptaban que Dios fuera el creador de nada de este mundo, que consideraban que era un infierno transitorio, del que todos saldrían para ir al verdadero Reino de Dios. Por tanto no aceptaban los cultos de la Iglesia católica. Todas las almas se salvarían, y la que no, volvería a encarnarse. Tener hijos era alargar la vida de este lugar y traer más almas a este mundo de Lucifer, aunque los practicantes del catarismo no lo tenían prohibido (a excepción de los perfectos, que hacían voto de castidad). Practicaban ayuno los lunes, jueves y viernes. Otras practicas eran: el melhorament, tres reverencias al paso de un perfecto; el aparelhament, una especie de confesión penitencial; la convenenza, que era un convenio por el que el creyente recibiría el consolament a la hora de su muerte, y parece que cuando la cosa se les llegó a poner muy adversa practicaron la endura, que era una especie de suicidio místico a causa de un ayuno total.

San Bernardo ya fijó la atención sobre los herejes del Languedoc cuando se dirigió a allí para luchar contra las predicaciones de Enrique de Lausana. Descubre en Tolosa a los arios. A San Bernardo de Claravall le acompaña un legado pontificio que sufre el rechazo de la población: la gente no se identifica con Roma. San Bernardo también ser es rechazado en el castro de Verfeil. Aún no se había hablado de métodos violentos para combatir a los herejes, solo del diálogo.

Concilio de Tours
En el Concilio de Tours de 1163 se amenaza a los castellanos que apoyan a los herejes. Raimundo V, conde de Tolosa, envía una carta expresando su impotencia ante los herejes que se implantan en el pueblo, ante la que los reyes de Inglaterra y Francia envían dos misiones: la primera en 1178, con el legado papal Pierre de Paire, con resultados escasos. Se excomulga al vizconde Roger de Trencavel y se condena al obispo cátaro de Tolosa Bernard Raymon, pero no se les hace nada.

Tras el concilio de Letrán de 1179 se va formando la idea de la intervención armada. En 1181 Henry de Marcy cerca el castillo de Lavaur y consigue el arrepentimiento del vizconde Roger y la conversión de dos perfectos apresados.

De todas formas nadie tiene interés en ocupar las difíciles sedes episcopales occitanas y se va incubando la idea de una entrada armada que acabe con el problema de manera tajante. En el norte la actuación violenta del poder civil y del pueblo impidió a la herejía prosperar, pero en el sur la población cátara era entre el 5 y el 10% o más en las ciudades más contaminadas, y era tolerada por muchos más. En 1184 se impone la pena de fuego para los herejes impenitentes y reincidentes.

Inocencio III, desde 1198, vendrá  a imprimir más dinamismo en la lucha de la iglesia contra el hereje. Tiene formación jurídica y pone en práctica la ideología de la teocracia. En 1199, por una decretal, pondrá  en práctica en Italia que a todo aquel que no acate la doctrina pontificia se le confiscaran las tierras y será proscrito, lo que en 1200 se extiende a Occitania. Es el inicio de una serie de disposiciones que conducen a la formación de la Inquisición. La aplicación de las disposiciones requiere de la colaboración de los poderes civiles. La actuación papal se hará por medio de legados, de los cuales el primero será Rainiero Ponza. Algunos príncipes occitanos sí aceptan las decretales, caso del rey de Aragón Pedro II y del vizconde de Montpellier Guillermo VIII.

Se recurre a los cistercienses para combatir la herejía en 1203. Los legados son ahora dos monjes de la abadía narbonense de Fontfroide: Raoul de Fontfroide y Pierre de Castelnau, a los que se une el abad de Citeaux Arnaud Amaury, personajes que no parecen ser elegidos por su oratoria, sino más bien por su rigidez y severidad. Estos realizan una labor de depuración del clero occitano, y hacen que la nobleza se comprometa a extirpar la herejía. Pedro II de Aragón era vasallo del Papa, pero el Mediodía francés se encomendó a su protección, por lo que no utilizó las armas contra ellos. Los cistercienses no tienen apenas éxito. Cambian su método por la predicación a la manera cátara, en coloquios con los herejes. Esto se debe a la actuación de dos clérigos españoles: Diego de Osma y Domingo de Guzmán, que consiguen muchas conversiones. Pero los cistercienses no contaban con mucha popularidad. Se intenta llegar a acuerdos de paz con los príncipes. Raimundo VI de Tolosa no acepta actuar en contra de los herejes y es excomulgado por Pierre de Castelnau, el cual es asesinado en Enero de 1208 por alguien que creía hacer un favor al conde, pero este asesinato tiene consecuencias nefastas. Se ha especulado incluso que lo pudo realizar alguien que tuviera interés en que se desatara la guerra.

Inocencio III llama a actuar a los guerreros cristianos en una cruzada contra los herejes, a los que podrán exterminar y tomar posesión de sus tierras, prometiéndoles indulgencias y bienes materiales. Así nace la primera Cruzada en suelo cristiano contra otros cristianos.


La zona era rica agrícolamente y muchos son los interesados. El Languedoc se verá sumido en una guerra desde el 1209 al 1229, jalonada de grandes hogueras, como los 140 quemados de Minerve en 1210, los 200 de Cassis, o los 400 de Lavaur en 1211. La población se divide (caso de Tolosa y la "compañía blanca" enfrentada a los defensores de los herejes), dando lugar a una especie de guerra civil entre defensores de los herejes y los que se ponen en favor de la cruzada. Las ciudades, como por ejemplo Beziers, defienden a sus herejes y son arrasadas por los cruzados, por lo que la guerra va también contra la vida de los burgos. También tendrá  importantes implicaciones políticas: Pedro II morirá a manos de los cruzados de Simón de Montfort en el asalto a Muret (1213), cuando acudió a intentar defender a sus vasallos tolosanos, a pesar de que había sido ungido por el Papa. Aragón pierde sus lazos con la Provenza y tiene un periodo de crisis, ya que el heredero de la corona queda en manos de Monfort, que funda una nueva dinastía condal en Tolosa y Carcasona, ratificada por el Papa en el Concilio de Letrán de 1215. Ésta no dura mucho, ya que los tolosanos inician la reconquista apoyados por un verdadero movimiento popular. Simón de Monfort morirá en 1218 asediando Tolosa. El sucesor de Simón, Amaury de Monfort, cede sus derechos condales en 1224 al rey de Francia, que ahora s¡ acudía al llamamiento del Papa Honorio III.

Papa Honorio III
En el Languedoc empieza a resurgir otra vez el catarismo, pero ahora el Papa tenía un importante aliado que era la monarquía de los Capetos, que reemprende la segunda fase de la cruzada en 1226 con el Rey Luis VIII. El ahora conde de Tolosa Raimundo VII, que había intentado que se le reconociera su condado, lo que el concilio de Bourges consideró como un peligro por el renacimiento de la iglesia cátara y los faidits (caballeros y señores del Languedoc desposeídos de sus feudos y tierras), por lo que se ratifica su excomunión en París, el 12 de Enero de 1226. La guerra se prolongar  tres años, en los que la devastación de las tierras por los cruzados hace finalmente someterse a Raimundo VII al rey Luis IX, y en el tratado de Meaux se compromete a perseguir la herejía y desmantelar las plazas fuertes. Carcasona estaba también en manos de un senescal del rey, y los Trencavel estaban exiliados en Aragón.

El catarismo no había sido erradicado con la cruzada y las hogueras, sino que se había revestido de un aura de martirio. Ya no contaba con el apoyo de la casta aristocrática, por lo que llevaban a cabo una predicación clandestina, apoyados por proscritos armados. Había que romper los lazos de solidaridad que profesaba la gente con los herejes, y de esto se encargará la Inquisición.

Ya se habían dado disposiciones que marcaban el procedimiento inquisitorial: en 1184 la pena de fuego; 1199 la confiscación de bienes; autorización del empleo de la tortura; mantenimiento del secreto sobre los testigos o acusadores, de todo lo cual se encargaba el brazo secular. Faltaba la creación de un tribunal especializado y que tuviera una amplia jurisdicción, por encima de fronteras políticas y obispados. En 1231 aparece un delegado en Alemania, y de ah¡ el sistema se establece en Francia. El tribunal se confió a las jóvenes ordenes mendicantes, dominicos y franciscanos. Solo dependía del Papa, y realizó una labor de encuesta itinerante. Así fueron capturando a los herejes clandestinos y sus protectores, y entregados al poder secular, que era el encargado de la ejecución. Las hogueras colectivas desaparecieron para dar lugar a ejecuciones individuales. Los acusados podían defenderse, en vano. Los registros de las declaraciones son hoy día una gran fuente de estudio.


Raimundo VII trataba por todos los medios de mantener su condado, pero no tenía heredero varón, y su hija se casaría a causa del tratado con el hermano del rey francés. La población mientras tanto se mostraba inconforme con la actuación inquisitorial, protagonizando motines como el de Tolosa en 1235. El conde buscó apoyos contra el rey (Inglaterra y el conde de la Marche), y se decidió a actuar cuando los proscritos que luchaban por la libertad de los condados (faidits), que se mantenían en el castro de Montsegur, acaban con los inquisidores de Avignonet en Mayo de 1242. Los tolosanos son vencidos por el ejercito francés en Saintes y Taillebourg. En 1243 Raimundo VII pacta en Lorris la paz y se compromete a luchar con la herejía que renacía y que tenía refugio en Montsegur, con el señor Raimond Pereille. El senescal real de Carcasona asedió la plaza desde el verano de 1243 hasta Marzo de 1244. Los herejes que allí había fueron quemados en la hoguera (unos 200), incluidos los últimos obispos e Hijos y diáconos, y los supervivientes interrogados por la inquisición. Montsegur fue el último bastión en caer y el apogeo de los Buenos Hombres.
 
Ruinas del castillo de Montsegur

Muchos creyentes huyeron a Italia, donde los conflictos entre güelfos y gibelinos (facciones que luchaban por el dominio en Alemania e Italia) permitía un margen de actuación a los cátaros. Allí se ordenaron y pretendían volver a sus tierras a predicar, pero la vigilancia de la Inquisición se lo impedía. La ortodoxia triunfaba en el occidente europeo y también un férreo orden feudal cuya cúspide era el rey.

Entre 1300 y 1310 se formó una pequeña iglesia entre la Gascuña y el Lauragais bajo la iniciativa de los hermanos Authié, ordenados en Italia. Contaron con el apoyo de sus familias y las redes clientelares, lo que propagó de nuevo la fe en los Buenos Hombres, pero la pretensión de continuar como iglesia hizo que los inquisidores pusieran todo su empeño en capturar a los herejes y quemarlos. En el primer tercio del XIV ya nadie podía declararse cátaro ni ser ordenado, ya que no había nadie que lo hiciera.

En otros lugares, aún sin ser perseguido, también acabó por desaparecer el movimiento. En Italia lo hizo en el XV, y en la zona de los Balcanes se acabó con la conquista turca.

Aun después de su despiadada persecución y cruel extermino, los Albigenses sobrevivieron al tiempo gracias a los documentos e historias populares que hablan de las enseñanzas y la humildad de aquellos Buenos Hombres y Buenas Mujeres, todos ellos perfectos, que tuvieron la osadía de interpretar las Escrituras de un modo distinto a los que las predican a su conveniencia desde sus tronos de oro.

Opinión del aprendiz:

No puedo evitar intentar imaginarme cómo sería el mundo si los Albigenses hubiesen proliferado y se hubieran convertido en una religión más extendida. Quizá la Edad Oscura habría sido un poco menos oscura.

Existen varias rutas por el norte de España y el sur de Francia que recuerdan la huída de estas personas, para conocerlas: Camí dels Bons Homes.


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